30 de noviembre de 2025
Mis queridos amigos en Cristo:
Hay un viejo dicho que dice: “Si no sabes adónde vas, cualquier camino te llevará allí”. Todos necesitamos un mapa para guiarnos a través de esta vida hacia la próxima. Uno de esos mapas es el año litúrgico de la Iglesia, su ciclo anual, su calendario de celebraciones litúrgicas.
El Adviento marca el comienzo de un nuevo año litúrgico. Es un buen momento para ver el mapa de la ruta que la Iglesia nos ofrece. En el primer domingo de Adviento, notamos de inmediato que el sacerdote viste ornamentos morados en lugar de verdes. Las lecturas tratan sobre la segunda venida de Jesús al final de los tiempos y, a medida que nos acercamos a la Navidad, centran nuestra atención en el nacimiento de Jesús en Belén hace unos 2000 años.
Podríamos pensar en el cambio de los tiempos litúrgicos del mismo modo como pensamos en la transición del otoño al invierno y del invierno a la primavera. Y hay algo de cierto en eso. El año litúrgico de la Iglesia se mueve con las estaciones del año. Pero es más que una celebración de la naturaleza. Con el Adviento, comenzamos a celebrar una vez más los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, sus milagros y enseñanzas, su muerte y resurrección, su exaltación a la diestra de Dios y el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia.
¿Y por qué pasamos por este ciclo anual de celebraciones? Para profundizar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor en Cristo. Cada año, mientras nos preparamos para la Navidad, nuestros corazones deberían anhelarlo aún más. Al celebrar su nacimiento cada año, Cristo debería nacer de nuevo en nosotros y resplandecer en nosotros, cada vez con más claridad.
Cada año, al recordar la vida y las enseñanzas de Jesús, deberíamos encontrarnos más profundamente arraigados en la Palabra de Dios, no solo escuchándola, sino poniéndola en práctica. Nuestra celebración anual del sufrimiento y muerte de Cristo debería permitirnos morir cada vez más completamente al pecado y a todas las formas de egoísmo, y cada año en Pascua, al encontrarnos con el Señor Resucitado, deberíamos elevarnos por encima de nuestra fragilidad humana, compartiendo más profundamente la gracia y la gloria de Cristo. Cuando llega la fiesta anual de Pentecostés, nuestros corazones deberían estar más abiertos al Espíritu Santo.
Emprendamos pues nuestro camino de fe de nuevo, un camino que nos lleva a través de todas las etapas y misterios de la vida de Cristo. Durante este nuevo año litúrgico, decidamos que, como individuos y como comunidad eclesial, compartiremos más profundamente el amor de Cristo por nosotros, que creceremos a semejanza de Cristo y que seremos testigos y misioneros del Señor en el mundo.
Que el Señor los bendiga en Adviento, en Navidad y durante todo el sagrado año de la fe.
Fielmente en Cristo,
Reverendísimo William E. Lori
Arzobispo de Baltimore


