Introducción

            Como discípulos de Cristo sólo podemos ver el informe del Fiscal General de Maryland—Abuso del clero en Maryland: Informe sobre la investigación de la Arquidiócesis de Baltimore—como un nuevo y desgarrador recordatorio de una época trágica y vergonzosa. El informe detalla casos de abuso sexual infantil cometidos por representantes de la Iglesia, que ocurrieron en su mayor parte desde la década de 1940 hasta principios de la de 1990, así como la forma en que la Arquidiócesis respondió a los informes de abuso.

            Pocos de nosotros, incluyéndome a mí, podemos empezar a comprender la profundidad del dolor sufrido por las víctimas del abuso infantil. En mi primer día como Arzobispo de Baltimore en 2012, me reuní con víctimas-sobrevivientes para escuchar directamente de ellas, tal como lo hice en asignaciones anteriores y como lo he seguido haciendo en numerosas ocasiones en mi década aquí en Baltimore. Sus relatos personales del daño espiritual, psicológico y emocional duradero que sufrieron han impulsado mis esfuerzos, y los de mis colegas, para tomar  el profundo cambio cultural ocurrido en la Arquidiócesis durante la última generación, y edificar sobre él. Nuestros esfuerzos se centran en garantizar la transparencia y la rendición de cuentas, y en mantenernos siempre alertas en la labor continua de proteger a los niños y jóvenes, y promover la sanación entre las víctimas-sobrevivientes.

            Las palabras por sí solas nunca compensarán el daño infligido a quienes fueron confiados al cuidado de la Iglesia. Reconociendo esa realidad, ofrezco esta carta pastoral, primero para expresar, lo mejor que pueda, el dolor de la Iglesia por nuestros fracasos; segundo, para ver estos trágicos fracasos y el sufrimiento que produjeron, a través del lente del amor redentor de Jesús; y tercero, para comunicar claramente las acciones tomadas por la Iglesia durante las últimas décadas para erradicar el abuso sexual infantil y acompañar a las víctimas-sobrevivientes. Pido a Dios que estas reflexiones ayuden de alguna manera, primero, a cualquiera de ustedes que haya sufrido el mal del abuso sexual y, en general, a todos ustedes, miembros de la Iglesia, mientras lidian con el impacto de este escándalo en sus vidas de fe, y con la manera como éste obstaculiza la misión de fe, adoración y servicio de la Iglesia.

Pedir perdón

            Mi carta para ustedes sobre este doloroso tema solo puede comenzar pidiéndoles, de corazón, perdón. Se lo pido a las víctimas-sobrevivientes, a sus familias, y a todos los fieles de la Arquidiócesis: Veo el dolor y la desgracia que fueron perpetrados por representantes de la Iglesia y perpetuada por los fracasos que permitieron que este mal se fermente, y lo siento profundamente.

            El mal moral existe cada vez que una persona se aprovecha de otra. Esto incluye explotar a un inmigrante, negar la seguridad y la dignidad de los ancianos o abusar de una posición de poder para controlar a un subordinado. Pero el abuso sexual de un niño por parte de un adulto es uno de los peores males morales.

            El mal del abuso se agravó por el hecho de que fue cometido por quienes habían sido ordenados para servir como enviados del Evangelio y ministros de los Sacramentos. El ejercicio del ministerio sacerdotal implica un encargo sagrado destinado a representar la santidad de Cristo, su bondad, y el amor que tiene por su Iglesia y por cada persona. Usando el engaño y la manipulación, estos malhechores explotaron esa confianza sagrada. Sus atroces actos de abuso sexual infligieron un daño incalculable a los niños confiados y vulnerables. Con ellos, destrozaron la inocencia de estos niños y, en demasiados casos, arruinaron sus vidas.

            El comportamiento de estos abusadores representa el polo opuesto de lo que debería ser cualquier representante de la Iglesia. Cada vez que el conocimiento de esta depravación llega a la conciencia de los fieles, causa escándalo y suscita con razón ira, repulsión y angustia.

            Con esta carta busco reflejar lo que me han dicho las víctimas-sobrevivientes, no solo desde mi llegada a Baltimore, sino durante cuatro décadas de ministerio como sacerdote y obispo.

            Al armarse de valor para expresar sus experiencias, las víctimas-sobrevivientes me han ayudado a comprender cómo las heridas del abuso sexual siguen presentes en sus vidas, a menudo dominando sus pensamientos. Para algunos, el mal que sufrieron disminuye su capacidad para la amistad y la intimidad. Para otros, el abuso ha socavado su capacidad para funcionar día a día, mantener un trabajo y tener un empleo productivo y satisfactorio. Otras víctimas-sobrevivientes han sido consumidas por la ira mientras luchan con las consecuencias del abuso que sufrieron.

            Para muchas víctimas-sobrevivientes, el abuso sexual que sufrieron no solo dañó e incluso rompió su relación con la Iglesia, sino que también dañó e incluso cercenó su relación con Dios. Luego de escuchar estas experiencias, solo puedo considerar el mal causado por esos representantes de la Iglesia como la más grave de las traiciones.

            Trágicamente, y como detalla el informe, este mal operó en la Iglesia de manera extendida durante más de 50 años, desde el ataque a Pearl Harbor hasta el surgimiento de Internet. Al contrario de lo que algunos han afirmado públicamente, mis predecesores no querían que los niños sufrieran abusos, pero su respuesta fue lamentablemente inadecuada. Sabemos que en esa época lo que se consideraba vergonzoso con frecuencia se cubría con tierra; la respuesta común al escándalo era mantenerlo en secreto a toda costa. Esto era cierto en las familias, en la sociedad y, lamentablemente, en la Iglesia. Sabemos también que existía un entendimiento desdichadamente inadecuado del problema, del daño duradero del abuso sexual, y de la frecuencia de este delito.

            Como Iglesia y como sociedad hoy comprendemos mejor el horrible impacto del abuso sexual infantil. Esto, por supuesto, no disminuye la gravedad de los pecados que se cometieron en esos tiempos. Trágicamente, el abuso de menores es un problema que no solo afectó a miembros de la Iglesia, sino que de hecho es un problema social que ha infligido daño a muchas personas en todo el mundo. Pero, como hemos dicho, este crimen es tanto más trágico cuando está presente dentro de la Iglesia.

            El Papa Francisco enfrentó este mal en 2019 al concluir la cumbre del Vaticano sobre el abuso sexual infantil en la Iglesia. En aquella ocasión, el Papa dijo:

“Estamos, por tanto, ante un problema universal y transversal que desgraciadamente se verifica en casi todas partes. Debemos ser claros: la universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia.

“La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética. El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de Satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños. 

“No hay explicaciones suficientes para estos abusos en contra de los niños. Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles porque son imagen de Jesús. Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe no solo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces.

“Quisiera reafirmar con claridad: si en la Iglesia se descubre incluso un solo caso de abuso —que representa ya en sí mismo una monstruosidad—, ese caso será afrontado con la mayor seriedad. Hermanos y hermanas, en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de la ira de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos. El eco de este grito silencioso de los pequeños, que en vez de encontrar en ellos paternidad y guías espirituales han encontrado a sus verdugos, hará temblar los corazones anestesiados por la hipocresía y por el poder. Nosotros tenemos el deber de escuchar atentamente este sofocado grito silencioso.

            Aun reconociendo que la Iglesia está formada por personas que, como todos, luchan contra el pecado, la debilidad humana, la falibilidad —y lo harán hasta el final de la historia—, el pecado del abuso sexual infantil no puede tener cabida alguna entre los llamados a ejercer el ministerio en el Cuerpo de Cristo. Los pastores de la Iglesia, como yo y mis colaboradores, debemos trabajar incansablemente para asegurarnos de que esto sea así. El pecado de abuso es diametralmente opuesto a la voluntad de Dios y debe ser totalmente rechazado por aquellos que aspiran a seguir a Cristo y servir a los miembros de Su Cuerpo.

            Por las veces en que la Iglesia no arrancó de raíz a quienes hicieron daño a los niños y no abordó adecuadamente el grave perjuicio cometido y, sobre todo, por el sufrimiento de cada persona que fue abusada, pido perdón de la manera más sentida.

Buscar la Sanación

            San Pablo le dice a la Iglesia, “Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada cual, uno de sus miembros.”[1 Cor 12:27] Por el Bautismo nos convertimos en miembros de la Iglesia y miembros del Cuerpo de Cristo. Desde ese momento, existe un vínculo que nos une. Lo que le sucede a uno de nosotros, nos afecta a todos. Así como los méritos de un miembro edifican todo el cuerpo, así también los pecados de un miembro afectan a todo el cuerpo.

            Quizás no exista mayor ejemplo de esta realidad que el terrible impacto del pecado del abuso sexual infantil en todo el Cuerpo de Cristo. Este pecado, como pocos, inflige una profunda herida a la víctima, destruye la confianza, roba la inocencia y puede causar daño de por vida. Más aún, este pecado hiere también a toda la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.

            Frecuentemente, quienes fueron víctimas de abusos enfrentan una vida de desafíos debido a lo que sufrieron. Pero muchos de ellos no son meras víctimas sino verdaderos sobrevivientes. Con la gracia de Dios y la ayuda de su enorme fortaleza, han conseguido encontrar un camino en la vida, una salida más allá del mal que se les causó, una vía que puede conducir a la sanación. Una y otra vez, las víctimas-sobrevivientes me han hablado personalmente sobre su camino de sanación. Algunos han hablado públicamente sobre él. Estoy profundamente agradecido por su valiente testimonio.

            Muchos han encontrado sanación a través de la consejería. Otros, a través de la labor pastoral y la vida sacramental. Para algunos, la sanación vino de permanecer en la Iglesia y, para otros, de encontrar el camino de regreso a la Iglesia. Muchos han hablado de la importancia de que se reconociera su sufrimiento y se les pidiera perdón. Algunos manifestaron este sentimiento diciendo: “Por fin alguien me escuchó”. O, más sencillamente: “Me creyeron”. 

            También me he encontrado con personas a quienes les resulta imposible perdonar y sanar. Más aún, y por impensable que nos parezca a muchos, algunas víctimas-sobrevivientes me han dicho que pudieron hallar la fuerza para perdonar a quienes abusaron de ellas. Añadieron que el perdón no era un acto de bondad que ofrecían a su abusador, sino una acción que necesitaban tomar por sí mismos para seguir adelante. Pido a Dios que más víctimas-sobrevivientes puedan encontrar un camino hacia la sanación y la paz.

            Así como el pecado hiere todo el cuerpo, así también los actos de amor genuino realizados por los miembros del cuerpo ayudan a sanar todo el Cuerpo de Cristo. A nuestro alrededor, dentro y fuera de la Iglesia, vemos las heridas del pecado y la división. El escándalo del abuso sexual infantil es quizás la mayor y más persistente herida en nuestra Iglesia hoy. Muchas conversaciones durante el proceso del Sínodo arquidiocesano reflejaron esta realidad. En su Carta a una Iglesia que sufre, el obispo Robert Barron califica al abuso de niños como “obra maestra de Satanás”. Lejos de reducir la culpa de los perpetradores y atribuirla a la obra del diablo, esta caracterización muestra la pura maldad del abuso y la forma en que este horrible pecado hiere tan profundamente la fe de la gente y la aleja del Señor.

            En el bautismo somos ungidos para compartir la misión sacerdotal, profética y real de Cristo. La vocación sacerdotal de todos los bautizados se cumple ofreciendo sacrificios diarios en unión con el sacrificio de Cristo, los cuales expían nuestros pecados y, en verdad, los pecados del mundo entero. Entre los bautizados, quienes son llamados a participar en el sacerdocio ministerial tienen una vocación particular a ofrecer el sacrificio de la Misa y, por tanto, deben “imitar lo que celebran”, es decir, el amor de Jesús en la cruz, que se ofrece a sí mismo y se hace presente en la Eucaristía.

            Esos sacerdotes que abusaron de los niños hicieron todo lo contrario de lo que, por su ordenación, tenían el deber de hacer. Sin embargo, nunca olvidemos que la gran mayoría de los sacerdotes viven fielmente su vocación en vidas de servicio y entrega. Los feligreses expresan siempre cuánto aman y respetan a su sacerdote. A todos aquellos sacerdotes que desinteresada y fielmente cumplen con su llamado, y que son legítimamente dignos de nuestra confianza, les ofrezco mi más sincera gratitud, apoyo y aliento.

            Nuestros sacerdotes también están horrorizados por los crímenes cometidos por los abusadores en sus filas. Estos hombres que han dado su vida al servicio de Dios y de sus hermanos a menudo viven bajo una nube de sospecha. Muchos reconocen y aceptan este hecho, y asumen el daño causado por quienes trágicamente traicionaron su vocación y robaron la confianza relacionada con ella.

            Me impresionó particularmente el testimonio de un sacerdote que sintió el llamado a expiar en su propia vida los pecados de aquellos sacerdotes que abusaron de los niños. En 2018, al descubrir que tenía un tumor cerebral inoperable, el padre John Holowell, un joven sacerdote de la Arquidiócesis de Indianápolis, decidió ofrecer su sufrimiento por la sanación de las víctimas de abuso sexual infantil. El padre Holowell, como tantos sacerdotes, nunca hizo daño a ningún niño bajo su cuidado. Es un buen sacerdote. Sin embargo, se sintió llamado a ofrecer su sufrimiento por la sanación de las heridas causadas por los sacerdotes abusadores. El suyo es un ejemplo de lo que nosotros, como sacerdotes y obispos, podemos hacer para curar las heridas en el Cuerpo de Cristo causadas por otros sacerdotes y obispos.

            A través de la oración, la penitencia y las obras de misericordia, ofrecidas con amor, todos podemos participar en la obra sanadora y redentora de Cristo. Ofreciéndose a sí mismo en la cruz, Jesús hizo el único sacrificio suficiente que cura las heridas infligidas por el pecado y que expía el mal cometido por personas de todas las generaciones. Como escribe San Pablo: “Me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia.” [Col 1:24]

A través de nuestro Bautismo se nos ha dado la capacidad de ofrecer nuestros propios sufrimientos para participar en la obra de redención y sanación de Cristo.

            La herida en el Cuerpo de Cristo es verdaderamente profunda. También lo es la necesidad de que todos nosotros, muy especialmente los obispos y sacerdotes, participemos en la labor de curar esta herida. A través de la oración y la penitencia nosotros, en la gracia del Espíritu, podemos participar en esta obra de sanación y reconciliación. Me comprometo a continuar haciendo esto en mi propia vida. Insto a mis hermanos sacerdotes a hacer lo mismo e invito a los fieles que se sientan llamados a unirse a nosotros. Juntos busquemos restaurar la salud del Cuerpo de Cristo, tan dañado por esta terrible herida. Por encima de todo, debemos hacer esto por amor a nuestros hermanos que son víctimas-sobrevivientes. Nunca debemos dejar de orar por su sanación y su paz.

Tomar Acción

            Pedir perdón es sólo el inicio. La sanación requiere acción. Como dijo el Papa Francisco en un mensaje de 2023 publicado en todo el mundo: A las víctimas-sobrevivientes no solo se les debe pedir perdón. La Iglesia también debe brindar “acciones concretas para reparar los horrores que sufrieron y evitar que vuelvan a suceder”.

            Por lo tanto, esta carta significaría poco si yo no renovara el vigoroso compromiso de la Iglesia de eliminar cualquier vestigio de abuso sexual y no enumerara las acciones que la Arquidiócesis de Baltimore ha tomado durante los últimos 30 años para abordar de manera efectiva el horrendo espectro del abuso sexual de menores en la Iglesia.

            Hemos tomado estas medidas en consulta con las víctimas-sobrevivientes. Nuestros esfuerzos representan una evolución continua que conduce a la creación de una cultura en la que no se tolera el abuso sexual.

            Los elementos centrales de este cambio transformador incluyen:

  • Retirar permanentemente del ministerio a clérigos si seinforma de una sola acusación creíble en su contra. La tolerancia cero es la base de nuestra política sobre el abuso sexual.
  • Reportar todas las acusaciones de abuso a la Oficina del Fiscal General y a las fuerzas del orden, al margen de que la Iglesia considere la acusación creíble o no. Reportamos la acusación a las autoridades sin importar cuándo se dice que ocurrió el abuso.
  • Disposición por parte del liderazgo de la Iglesia para reunirse con las víctimas-sobrevivientes y acompañarlas pastoralmente, si así lo desean.
  • Ofrecimiento de brindar atención terapéutica continua a las víctimas-sobrevivientes, así como compensación directa a través de un mediador.
  • Mejores mecanismos para revisar antecedentes y evitar que abusadores trabajen o sean voluntarios en la Iglesia.
  • Capacitación obligatoria para empleados y voluntarios sobre cómo detectar señales de abuso.
  • Creación y cumplimiento de estrictas medidas de rendición de cuentas.
  • Compromiso con la transparencia.

            La siguiente información evidencia el compromiso de la Arquidiócesis en este tema. Continuamos trabajando denodadamente para proteger a los niños y damos pasos concretos para rectificar las fallas del pasado.

            Comencemos con la respuesta que las víctimas-sobrevivientes reciben hoy de la Iglesia. La Oficina Arquidiocesana de Protección de Niños y Jóvenes, dirigida por profesionales laicos, ofrece brindar servicios pastorales y de consejería a las víctimas-sobrevivientes. Ellas pueden seleccionar un terapeuta en el que confíen y continuar el tratamiento durante el tiempo que sea necesario. Mis obispos auxiliares y yo ofrecemos reunirnos con cualquier víctima-sobreviviente que esté abierta a ello. Buscamos asegurarnos de que la valentía que muestran al revelar lo que sufrieron sea recibida con compasión, y que el coraje que muestran sea reconocido y validado.

            La Oficina de Protección de Niños y Jóvenes también coordina un programa de mediación financiera, si las víctimas-sobrevivientes prefieren una compensación monetaria en lugar de cobertura para su atención terapéutica profesional. Desde la década de 1980, la Arquidiócesis ha invertido más de $13,2 millones en la atención y compensación monetaria de 301 víctimas-sobrevivientes. Esto incluye $6.8 millones para 105 acuerdos voluntarios bajo un programa de mediación dirigido por un juez no católico jubilado.

            Independientemente de cuánto tiempo haya pasado desde que ocurrió el abuso, nuestro ofrecimiento de cubrir los costos de la consejería está disponible para todas las víctimas-sobrevivientes. Además, desde 2007, el programa de mediación financiera de la Arquidiócesis ha estado disponible para las víctimas-sobrevivientes, independientemente de la responsabilidad legal, incluso para aquellas cuyos reclamos legales han prescrito por el estatuto de limitaciones.

            Me entristece y angustia que el trato de la Iglesia a las víctimas-sobrevivientes no siempre haya sido el que se merecen, por decir lo menos.

            La Iglesia comenzó a transformar su respuesta en la década de 1980 y, durante una generación, esta transformación ha evolucionado y se ha fortalecido cada vez más. Estamos comprometidos a trabajar para lograr que nuestra respuesta sea más compasiva y que nuestras medidas para proteger a los niños y jóvenes sean aún más efectivas. El Santo Padre nos dice que la Iglesia debe ser un modelo que arroje luz sobre la necesidad de proteger a los niños en las familias, en todas las instituciones y en todos los espacios de la sociedad.

            La siguiente es una cronología de eventos que representan cambios y avances importantes efectuados en los últimos 35 años o más.

1980

La Arquidiócesis de Baltimore se convierte en una de las primeras diócesis del país en implementar protocolos para prevenir el abuso infantil y retirar del sacerdocio y del ministerio a los clérigos abusivos.

1993

La Arquidiócesis establece su primera Junta Independiente de Revisión de Abuso Infantil para revisar los informes de abuso sexual infantil por parte del personal de la Iglesia.

La Arquidiócesis pone por escrito y promulga políticas de protección infantil. Ellas establecen la obligación de reportar el abuso infantil, la cooperación con las autoridades policiales, la capacitación para el clero y otro personal de la Iglesia, la verificación de antecedentes y referencias, y procedimientos para la respuesta pastoral.

1994

La Arquidiócesis retira pública y permanentemente a Joseph Maskell del ministerio luego de acusaciones creíbles de abuso sexual infantil en su contra. The Baltimore Sun informa que Maskell es entrevistado por la policía.

2002

La Carta para la Protección de Niños y Jóvenes es adoptada por la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

La Arquidiócesis crea la Oficina de Protección de Niños y Jóvenes.

  • La Arquidiócesis fortalece el programa de protección infantil y alinea sus políticas con la carta nacional recién adoptada.
  • La Arquidiócesis publica una lista de 56 sacerdotes y hermanos religiosos acusados, convirtiéndose en la segunda diócesis del país en publicar dicha lista. La Arquidiócesis pide perdón públicamente por el abuso cometido por ministros de la Iglesia y rinde cuentas del dinero gastado como resultado del abuso por parte del clero.

2004

La primera auditoría independiente anual de los esfuerzos de protección de jóvenes de la Arquidiócesis de Baltimore es realizada por una empresa externa. Ella confirma que las políticas y prácticas locales cumplen plenamente con los estándares nacionales.

La Arquidiócesis organiza un servicio de oración, sanación y expiación en reconocimiento del dolor y el daño causado a las víctimas-sobrevivientes.

2007

La Arquidiócesis comienza a ofrecer acuerdos financieros mediados a las víctimas-sobrevivientes a través de un programa pastoral voluntario, lo que lleva a que 105 víctimas-sobrevivientes alcancen acuerdos voluntarios por un total de $6.8 millones.

2017

La Arquidiócesis invierte en un nuevo programa de capacitación, VIRTUS Online.

2018

Los obispos de la Arquidiócesis organizan sesiones de escucha luego de la publicación del informe del gran jurado sobre los abusos en Pensilvania.

La Junta de Revisión Independiente de la Arquidiócesis publica su primer Informe Anual de Protección Infantil, el cual detalla la supervisión que la Junta lleva adelante de los esfuerzos de protección infantil para la Arquidiócesis.

Todos los empleados y clérigos de la Arquidiócesis ahora deben completar una capacitación y actualizaciones anuales sobre protección infantil.

2019

La Arquidiócesis se convierte en la primera diócesis en los Estados Unidos en implementar un sistema de reportes producidos por terceros para denuncias de mala conducta que involucren a sus obispos, con el fin de incluir todas y cada una de las acusaciones de abuso sexual infantil.

2022

Voice of the Faithful (La Voz de los Fieles), una organización independiente de católicos laicos, clasifica a la Arquidiócesis de Baltimore en tercer lugar (de 177 diócesis) en su informe anual, el cual mide la prevención del abuso y los programas de ambiente seguro en los Estados Unidos.

Si alguien asociado con la Iglesia, incluidos clérigos, empleados o voluntarios de la Arquidiócesis de Baltimore, es sospechoso de abuso, informe sus inquietudes a la Oficina de Protección de Niños y Jóvenes llamando al 410-547-5348 o a la línea de asistencia a víctimas al 886-417-7469. También contacte a la policía.

Conclusión

            En esta carta he tratado de compartir con ustedes lo que está en mi mente y en mi corazón en este momento de la vida de nuestra Iglesia local en Baltimore. Ofrezco estas reflexiones como pastor de la Arquidiócesis de Baltimore. La realidad del abuso no es algo que yo vea desapasionadamente. Las conversaciones que he tenido con las víctimas-sobrevivientes y los muchos desafíos que he enfrentado en la implementación de políticas y prácticas para combatir el abuso sexual han hecho que este mal sea muy real para mí. El flagelo del abuso sexual del clero ha ocupado una parte muy importante de mi vida y ministerio durante décadas. No pasa un día sin que piense en aquellos que sufrieron abusos, el grave daño que experimentaron y el fracaso de la respuesta de la Iglesia en el pasado.

            Lo que he escrito, por imperfecto que sea, sale de mi corazón. Les pido que comprendan que no estoy simplemente compartiendo información, políticas y prácticas, sino que intento compartir algo de lo que soy y de lo que he tratado de hacer.

            Cualquier cosa que hagamos como Iglesia, tengo claro que nunca podré decir que el trabajo está ya hecho, o que siempre se ha hecho adecuadamente. Cualquiera que haya lidiado directamente con el abuso sexual sabe que siempre podemos aprender más, que siempre podemos entender más; sabe que la labor de escuchar y acompañar a quienes han sido perjudicados nunca termina. Pero les prometo esto: El trabajo no cesará.

            Esto es algo que no puedo hacer solo, y nunca lo he hecho. Es algo que hago con muchos buenos colaboradores junto con voluntarios altamente calificados que dan su tiempo para hacer que la Iglesia sea lo más segura posible.

            Sin duda muchos en el liderazgo de la Iglesia que trabajaron para enfrentar el problema y hacer los cambios necesarios lo hicieron de manera imperfecta. A pesar de nuestras deficiencias, sabemos que los pasos que hemos dado han sido efectivos. La propia Arquidiócesis ha reconocido durante mucho tiempo el abuso discutido en el informe del Fiscal General.

            Por último, lo más importante: quiero expresar mi gratitud a las víctimas-sobrevivientes que se han presentado. Su valentía ha hecho posible el cambio. Ese cambio ha hecho de la Iglesia un lugar más seguro para los jóvenes, y la ha convertido en un lugar donde se reconoce y se cuida a quienes han sufrido abusos.

            Independientemente del cambio cultural y de las políticas de protección hoy vigentes, nunca podremos eliminar el abuso que demasiadas personas sufrieron. No podemos reducir la atrocidad de lo que sucedió. Lo que podemos hacer es volvernos al Señor confiando en que su amor es más fuerte que el dolor y la muerte. Podemos seguir trabajando juntos para hacer de la Iglesia el entorno más seguro posible. Podemos seguir acompañando a las víctimas-sobrevivientes en su camino de sanación y paz.

            Espero que quien lea esta carta la encuentre útil en su propio camino de fe mientras lidia con la tragedia del abuso sexual infantil en la Iglesia. Sobre todo, espero que esta carta pueda contribuir de alguna manera a sanar a quienes han sido dañados y, del mismo modo, a sanar las heridas del Cuerpo de Cristo.

            Por favor oren por las víctimas-sobrevivientes y por la Iglesia, y sepan de mis oraciones por ustedes.

 

Reverendísimo William E. Lori
Arzobispo de Baltimore