Installation Homily (Spanish version)

 

HOMILIA                             
Misa de Instalación
Arzobispo Edwin F. O’Brien
1ro de octubre del 2007

Eminencias, William Cardenal Keeler, William Cardenal Baum, Anthony Cardenal Bevilacqua, Francis Cardenal Stafford, Edward Cardenal Egan, Theodore Cardenal McCarrick, Justin Cardenal Rigali, Sean Cardenal O’Malley: Todos nosotros en esta Arquidiócesis estamos muy agradecidos por su presencia aquí hoy, y por el honor que esto significa para esta Sede Primada de Baltimore.

Mi más profunda gratitud también a Vuestra Excelencia, Arzobispo Pietro Sambi, como Nuncio Apostólico, nuestro representante personal del Santo Padre en los Estados Unidos, así como al Arzobispo Borders, a mis hermanos arzobispos y obispos, sacerdotes y diáconos, hombres y mujeres de la vida consagrada, seminaristas, funcionarios públicos, distinguidos invitados, y también a colaboradores de otras comunidades religiosas.

Mis amados fieles de la Arquidiócesis de Baltimore, y más allá. Y todos aquellos que se nos unen a través de la televisión local, la radio y la red Eternal Word Television Network. – Es un honor para mí ser vuestro servidor. Es un privilegio para mí ser vuestro obispo. Más, como dijo San Agustín hace mas ó menos diez y seis siglos, (sentimientos que hago míos) mi satisfacción más profunda, mi fortaleza, y mi consuelo entre los desafíos que nos aguardan a todos, descansa en el hecho, de que, para muchos de ustedes aquí, soy un hermano en Cristo. Les ruego que recen por mí, para que pueda ser un buen servidor de la Iglesia en este lugar. También les ruego que recen por la Iglesia de Baltimore, para que todos unidos podamos crecer en la gracia de nuestro bautismo – para que podamos crecer en fe, esperanza y amor.

Le doy gracias a Su Santidad, Papa Benito XVI, por honrarme con este nombramiento, y por darme la oportunidad de formar parte del linaje episcopal que incluye al Arzobispo John Carroll, y a los Arzobispos Martin Spalding, James Cardenal Gibbons y Lawrence Cardenal Shehan, así como al Arzobispo William Donald Borders y a William Cardenal Keeler, y a todos los otros arzobispos que han tenido bajo su cuidado el crecimiento de la Iglesia en Baltimore.

Y si algunos encuentran extraño, hasta irónico, el hecho de que el Santo Padre hubiere escogido a un hijo nativo de Nueva York para ser Arzobispo de otro lugar en la Liga Americana del Este – bueno, quizás es un recordatorio para todos nosotros de lo que quiso decir el autor de la Carta a los Hebreos cuando, hablando de la Jerusalén nueva y eterna, nos recordó, que aquí en esta tierra, “no tenemos patria permanente” [Carta a los Hebreos 13.14].

Y es por esto amigos míos, que he sido enviado a vosotros: para proclamar el Evangelio de Jesucristo, el cual es la verdad sobre el mundo, y la verdad sobre nosotros – la verdad que nos lleva al hogar verdadero y de todos, a la Nueva Jerusalén, la “ciudad del Dios vivo” [Carta a los Hebreos 12.22].

Al llegar a Baltimore, recuerdo que en verdad estamos rodeados de “tan gran muchedumbre de testigos” [Carta a los Hebreos 12.1]. En lo que ahora es el Estado de Maryland, la lista de testigos como ellos se extiende hasta casi cuatro siglos en el pasado, comenzando con el desembarco de un grupo pequeño de ingleses en la Isla de San Clemente, el 25 de marzo de 1634. Era la Fiesta de la Anunciación, marcada por la celebración de la primera Misa en la Tierra de María. Quiera Dios que esta tierra permanezca siempre, en honor a la reverenciada Patrona de nuestra Arquidiócesis, como la Tierra de María.

Esta es la historia la que la Santa Sede quiso honrar al concederle a la Arquidiócesis de Baltimore el título de “Sede Primada.” Es una historia que ha sido de importancia decisiva para la Iglesia Católica en los Estados Unidos. Es una historia que ha formado a nuestro amado país. Y es una historia que jugó un papel significativo en la vida de Iglesia Católica a través del mundo. El Acto de Tolerancia Religiosa de Maryland, adoptado en 1649, fue un paso importante – aunque limitado – en el duro camino que eventualmente nos llevaría, no solamente a la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, sino también, yo creo, a la Declaración Sobre la Libertad de Religión del Segundo Concilio Vaticano.

Durante la época en que se firmó la Declaración de Independencia, Maryland fue el hogar de la gran mayoría de la pequeña población de católicos que había en los Estados Unidos. Fue aquí, donde gracias al trabajo de hombres como el Arzobispo John Carroll y su primo, Charles Carroll de Carrollton, los católicos demostraron que ellos también podían comprometer sus vidas, sus fortunas y su honor sagrado con la causa de la libertad de los Estados Unidos. Y de esa manera lo hemos hecho, en cada época, sin reservas de ninguna clase.

En la Arquidiócesis de Baltimore, los católicos de los primeros años de la República demostraron, por medio de sus hechos y de sus palabras que no había contradicción inherente – como muchas personas intolerantes les acusaban – de ser, a la vez, católicos y orgullosos de ser estadounidenses.

Aquí comenzó a retroceder lo que el distinguido historiador Arthur M. Schlesinger, Sr., describió una vez como el “prejuicio más profundo en la historia del pueblo estadounidense” – el anti-catolicismo.

Fue aquí donde los católicos aprendieron a defender la libertad religiosa de todos – una defensa que contribuyó mucho a la noble tradición de tolerancia religiosa y colaboración que por tanto tiempo ha marcado a esta comunidad.

Si la libertad religiosa es el primero de todos los derechos humanos, como enseñó a menudo el Papa Juan Pablo II, entonces los católicos de la Ciudad de Baltimore y del Estado de Maryland han jugado un papel crucial, por más de dos siglos, en asegurar una de la bases fundamentales de la casa de la libertad de los Estados Unidos. Ahora que voces nuevas se levantan en nuestra nación, voces que sugieren que las convicciones morales formadas por la fe católica no son bienvenidas en la arena pública de los Estados Unidos, vamos todos a comprometernos de nuevo con una defensa fuerte, informada y determinada de la libertad religiosa como el primero de los derechos de los habitantes de los Estados Unidos – un derecho que apoya y sostiene todos nuestros esfuerzos para formar la política pública de acuerdo a los principios elementales de justicia.

Y si es que la tradición católica de Maryland y su compromiso con la libertad religiosa, han sido importantes para los Estados Unidos, esa misma tradición jugó también un papel valioso en la vida de la Iglesia universal. Nuestro querido amigo, el patriarca de los historiadores católicos, Monseñor John Tracy Ellis, ya fallecido, recordó que cuando el noveno Arzobispo de Baltimore, James Cardenal Gibbons, fue a Roma a tomar posesión de su iglesia titular Santa María en Trastíber el 25 de marzo de 1887, predicó un sermón en defensa de la relación en los Estados Unidos entre la Iglesia y el estado.

Este documento seminal sobre la libertad de religión reflejó a la vez las ideas de dos eruditos en teología de Maryland – el trabajo del Padre John Courtney Murray, quien fue maestro en nuestra Arquidiócesis en el viejo Woodstock College – y las intervenciones del Arzobispo de Baltimore, Lawrence Cardenal Shehan durante las tercera y cuarta sesiones de Vaticano II. Y si esta enseñanza del Concilio sobre la libertad de religión le dio a la vez al Papa Juan Pablo II el arma con la cual derrotó sin violencia al comunismo europeo, entonces esto fue también un factor histórico de gran resonancia aquí, dado el gran número de católicos de Europa central y oriental que han sido por tanto tiempo una parte vital de esta Arquidiócesis.

Es a la luz de esta gran tradición de libertad de religión y de cooperación ecuménica e interreligiosa – que juro continuar – que saludo de manera especial a los líderes de otras comunidades cristianas que se encuentran con nosotros hoy aquí, así como a nuestros amigos y vecinos de las comunidades judías y cristianas. Es también a la luz de esta gran tradición que quiero ofrecer un tributo a mi antecesor, Cardinal Keeler: Gracias Eminencia, por todo lo que usted ha hecho – ciertamente guiar el crecimiento de nuestra comunidad católica durante estos 18 años, pero además para recordarnos como promover, de una forma energética y efectiva la tradición de libertad religiosa de Maryland. Usted ha sido una fuerza de principios, bondadosos y generosos – y con la ayuda de Dios lo seguirá siendo por nuestra Iglesia y por el bien común.

El recordar nuestra noble historia de iglesia local ayuda a definir los desafíos que se presentan para el futuro.

El trabajo de esta Arquidiócesis se realiza a través de 151 parroquias con sus escuelas de educación religiosa, que son servidas por 517 sacerdotes y 1,113 religiosos y religiosas. Las 87 escuelas católicas de nuestra Arquidiócesis sirven a 35,546 niños y adolescentes de todas las creencias. Más de once mil estudiantes, sin importar cuales sean sus creencias, están inscritos en todas las diferentes clases de programas que se ofrecen en los excelentes colegios y universidades en nuestra Arquidiócesis. Actualmente hay 28 seminaristas preparándose para el servicio sacerdotal en esta Arquidiócesis, la cual ha dado muchos de sus hijos en el sacerdocio para el servicio de la Iglesia a través de los Estados Unidos, y también a través de todo el mundo. Uno de ellos, me siento agradecido de poder mencionarlo, está con nosotros aquí esta tarde – desde Roma, el Penitenciario Mayor de la Iglesia Católica James Francis Cardenal Stafford, quien me ha descrito con gran detalle y con gran afecto su papel anterior de vicario urbano de esta Arquidiócesis.

 ¿Qué obispo sería capaz de no hacer que las vocaciones al sacerdocio fueran su prioridad? Les aseguro que esta será mi prioridad.

Los seminaristas que estudian actualmente ofrecen un testimonio convincente que los hombres jóvenes – y algunos que ya no lo son tanto – están dispuestos a hacer el gran sacrificio – imitar el amor único de Cristo por Su Esposa, la Iglesia. Todos nosotros debemos tener la confianza, en el nombre y el poder de Cristo, para retar a más hombres por medio de una invitación personal y directa, a convertirse en Pastores siguiendo al Corazón de Cristo.

Hoy, al escribirse un nuevo capítulo en la historia de la Arquidiócesis de Baltimore, ofrezco a los jóvenes de la Arquidiócesis un reto especial: Sean generosos, sean radicalmente generosos, ofreciendo sus vidas a Cristo como sacerdotes; lo que San Pablo llama “tened los dones más grandes.” [Carta a los Corintios 12.31] como hombres y mujeres en la vida consagrada; como maestros en nuestras escuelas católicas, y trabajando en las agencias de servicios sociales. Como Juan Pablo II les dijo de tantas maneras en tantos lugares alrededor del mundo, nunca acepten nada que sea menos que la grandeza espiritual y moral de las que ustedes son capaces con la gracia de Dios.

A la misma vez, ofrezco un reto a cada católico en la Arquidiócesis: les reto a un compromiso más profundo, más devoto, más activo en la vida de su parroquia y de esta Iglesia local. Para aquellos que han permanecido fieles a la Iglesia: muchas gracias por su fidelidad y su generosidad. Estoy ansioso por conocerles y extraer de vuestra reserva profunda de servicio fiel y generoso, en los años por venir. A aquellos de ustedes que están en la periferia de nuestra Iglesia, ó que quizás se han alejado de ella: por favor consideren el arribo de este recién llegado entre ustedes como una invitación, personal mía y de toda la Arquidiócesis, para regresar al hogar que es la Iglesia, y al Evangelio de Cristo, que exige y a la vez da la vida. Les recibiremos con los corazones y los brazos abiertos. Les queremos, les necesitamos si es que esta Iglesia local va a ser el modelo que Cristo quiere que seamos: un modelo de ortodoxia dinámica; un modelo de devoción; un modelo de creatividad teológica fiel a las verdades de la fe católica; un modelo de servicio social que abogue, de una manera efectiva y misericordiosa, por los pobres, por los inmigrantes, por los que nada tienen, por los adictos, por los que sufren de soledad, por los que tienen miedo y por los que están desesperados.

Eso también es parte de la gran tradición de Maryland: el tomar con la mayor seriedad la enseñanza bíblica que cada ser humano posee la dignidad que proviene de manera única por haber sido hecho a imagen y semejanza de Dios, y convertir esa convicción en una acción a favor de aquellos cuya dignidad humana está amenazada, ó disminuida, ó negada del todo.

El Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, y de Jesús, ve Su imagen divina en cada uno de nosotros. Y ese mismo Dios se ofende cuando se desfigura Su imagen – desfigurada por la pobreza degradante, desfigurada por la discriminación injusta, desfigurada por la adicción y por el crimen que alimenta esas adicciones, y desfigurada por el horrible abuso sexual de los niños.

Por las veces que la Iglesia ha fallado de hacer todo lo más que podía hacer para frenar esas maldades, pedimos perdón a Dios y a vosotros. Yo juro, hoy, que pondré todo mi esfuerzo para asegurar que, cualesquiera que hayan sido los pecados de omisión ó comisión que se hayan cometido en el pasado, esos no se cometerán en el futuro.

Se ofende también el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob y de Jesús cuando los principios elementales de justicia son violados, y los más débiles y vulnerables de los seres humanos están en peligro. “Seguid el camino de la justicia,” le dice el Señor a su amado pueblo de Israel a través del Profeta Isaías [Isaías 1.17]. “Haced justicia,” instruye Dios a Judá a través del Profeta Jeremías…”al extranjero, al huérfano y a la viuda no los maltratéis, ni en este lugar derraméis sangre inocente” [Jeremías 22.3].

Esa pasión por la justicia fue la que llevó a sacerdotes de esta Arquidiócesis a tomar papeles de liderazgo durante la defensa de los derechos civiles de los afro-americanos durante la década de los años 60. Fue esa pasión por la justicia que llevó a Lawrence Cardenal Shehan a enfrentar abucheos y silbidos cuando testificó delante del Consejo Municipal de Baltimore en 1966 a favor de leyes en contra de la discriminación en la vivienda. Y es precisamente esa misma pasión por la justicia, la raíz de la defensa combinada que hace la Iglesia Católica por el derecho a la vida desde su concepción hasta su fin natural.

El derecho a la vida es el derecho civil más grande de nuestra época. Esta es la cuestión que determinará si los Estados Unidos permanecen como una sociedad hospitalaria – comprometida a cuidar a las mujeres embarazadas que se encuentran en situaciones críticas y a sus hijos que están por nacer, comprometida a cuidar de aquellos que tienen necesidades especiales, comprometida con el cuidado de los ancianos y de los agonizantes – ó un país que traicione su herencia y las verdades sobre las cuales los Fundadores de esta nación basaron su reclamo por la independencia.

Al dirigirse a estas cuestiones sobre la vida durante las pasadas cuatro décadas, los obispos católicos de los Estados Unidos no – repito no – se han basado en “cuestiones sectarias.” Los obispos se han basado en cuestiones morales que se pueden conocer por cualquier persona que esté dispuesta a pensar de acuerdo a los principios elementales de justicia. Es peor que una tragedia, es un escándalo, que tantos de nuestros conciudadanos, incluyendo católicos, parece que no conocen estos principios elementales de justicia ó les han dado la espalda.

Yo juro que haré todo el esfuerzo que sea necesario para continuar e intensificar la defensa del derecho a la vida, al igual que lo han hecho mis antecesores.

Y juro aún más. Nadie tiene que hacerse un aborto. Para todos los que están en embarazos en situaciones de crisis, les juro nuestro apoyo y ayuda económica. Vengan a la Iglesia Católica. Permítanos caminar con ustedes mientras necesiten ayuda con su problema. Permítanos ayudarles a afirmar el derecho a la vida. Permítanos ayudarles a encontrar una nueva vida junto a su niño, ó déjenos ayudarles a encontrar un hogar amoroso para su niño. Pero por favor, les ruego: permítanos ayudarles a afirmar el derecho a la vida. El aborto no tiene que ser una “respuesta” en esta Arquidiócesis.

El compromiso de la Iglesia con la dignidad de la vida humana ha sido la base sobre la que esta Arquidiócesis ha construido un récord histórico en su trabajo con los pobres. Ese trabajo, al cual han dedicado sus vidas, antes y ahora, tantos de nuestros sacerdotes, religiosos y laicos, ha llegado para enriquecer las vidas de cientos de miles de mujeres, hombres y niños a través de todas estas décadas. Este trabajo también, debemos admitirlo, no ha tenido todos los resultados que hubiéramos deseado, en la revitalización de esta ciudad de Baltimore.

Nuestra ciudad ha estado en crisis por décadas. En 1966, el Cardenal Shehan les dijo a los sacerdotes de Baltimore que, “Si no salvamos la ciudad, olvídense de la Iglesia en la Arquidiócesis”. En lo que se refiere a la población de Baltimore, esto es tan cierto en la actualidad, como lo era cuarenta y un años atrás: porque borrar gran parte de la ciudad como una cosa que no tiene remedio y más allá de toda redención, es ser indiferentes a las decenas de miles de vidas que han sido hechas a imagen y semejanza de Dios. Esa indiferencia es probable que no sea perdonada en el último día, cuando cada uno de nosotros tenga que dar cuenta, como en verdad tendremos que hacerlo, de la manera en que trabajamos por los pobres,

De ninguna manera puede ocurrir que el sueño de Martin Luther King, expresado tan magníficamente delante del monumento a Lincoln frente a una multitud entre la que estaba el entonces Arzobispo Shehan, se desmorone en una pesadilla en que los que antes fueran barrios florecientes se destruyan por las drogas y la violencia.

Simplemente no puede ser el caso de que los sacrificios de tantas familias afro-americanas que sufrieron por tantas décadas de discriminación, vayan a quedar en la nada.

Simplemente, no puede ser el caso que el ministerio urbano, del cual la Arquidiócesis de Baltimore fue una pionera, pudiera ó debiera, fracasar al final por falta de energía, de recursos y por la falta de visión para el futuro.

Esto no lo podemos permitir como pueblo, como Iglesia. No podemos permitir que grandes partes de nuestra ciudad, mueran. No podemos permitir que miles de nuestros vecinos vivan vidas desesperadas, sin esperanzas. Yo no tengo un plan maestro para la revitalización urbana. Pero les juro hoy aquí que esta Arquidiócesis hará todo el esfuerzo que sea necesario para asegurar que el sueño que animó al Dr. King y a tantos de nosotros, no muera – porque realizar ese sueño es central para la prédica del Evangelio, que es el corazón de la existencia de la Iglesia. Al darles la bienvenida a ustedes líderes cívicos de la Ciudad, Condados, el Estado y de la Nación, a la vez que agradezco vuestra presencia hoy aquí, les juro mi dedicación y cooperación para reconstruir la ciudad que se merecen los hijos de Dios.

En la lectura del Evangelio que escuchamos hace unos momentos, nuestro Señor habla, como lo hizo tan a menudo, del “reino de los cielos”. Esto lo hemos oído tantas veces que pudiéramos haber olvidado la riqueza de su significado, especialmente para los pobres y los más vulnerables. El “reino de los cielos” no es algo que se refiere a un futuro vago e indeterminado, un tipo de Oz cristiano al cual esperamos llegar alguna vez. Cuando Jesús les dice a sus discípulos y a los que lo desafiaban, que el reino “está en medio de vosotros” [San Lucas 17.21], nos está diciendo que si nuestra fe es lo suficientemente grande, podemos vivir, aquí y ahora, un anticipo de la plenitud de ese reino. Después de todo, Jesús es ese Reino “en medio de nosotros’. ¿Le reconocemos y le respetamos en nosotros? ¿Le reconocemos y le reverenciamos en nuestro prójimo?
Si nuestra fe es lo suficientemente grande podemos mover montañas: aún esas montañas que parecen inamovibles ante las que nos enfrentamos a la vez en nuestras vidas personales y en nuestras vidas como comunidad cívica.

A toda la creciente comunidad hispana de nuestra Arquidiócesis: Para todos los miembros de nuestras comunidades de habla hispana, ofrezco mi devoto y especial saludo, y muchas gracias por la riqueza y las muchas contribuciones que traen a nuestra Iglesia y a la comunidad en general.

Ustedes aportan una ética fuerte de valores familiares y amor al trabajo.

Es un privilegio para mí trabajar con ustedes extendiendo el amor de Cristo a toda nuestra Arquidiócesis, en especial a los pobres y a los recién llegados.

El obispo existe para fortalecer la fe de los creyentes, y para llamar a la fe a los que no han recibido este don tan grande. Todo lo que haré entre ustedes como Arzobispo de Baltimore estará encaminado a este fin: fortalecer la fe en la Ciudad de Baltimore y los nueve condados que la rodean y que están dentro de los precintos de esta primera de las arquidiócesis de los Estados Unidos, de manera que podamos reconocer que el reino de los cielos esta, en verdad, entre nosotros.

Permítanme concluir con dos notas personales: Los últimos 10 años han sido para mí una gran fuente de gracias. La llamada para servir como Arzobispo de las fuerzas armadas de nuestra Nación, ha confirmado y renovado mi fe en la integridad de los Estados Unidos, en su bondad y en su espíritu de auto-sacrificio. Agradezco a todos miembros de las fuerzas armadas y a sus familias que se encuentran aquí presentes, y por medio de ustedes les doy las gracias a todos los miembros que están en servicio activo y a sus familias, así como también a los que sirven en la administración de nuestros veteranos. La cultura de ustedes es de tal generosidad que no tiene igual en nuestro suelo. Ustedes y los capellanes que les sirven, nunca han dejado de ser una inspiración para mí. Siempre habrá para ustedes un lugar en mi corazón y en mis oraciones.

No puedo dejar de tener la esperanza, junto con tantos de nuestros obispos y sacerdotes aquí presentes, que ustedes en las fuerzas armadas y sus familias tendrán muchos más capellanes católicos para servirles – como ustedes de verdad y tan desesperadamente se merecen.

Y una segunda nota: El editor de nuestro buen semanario, el periódico The Catholic Review, me hizo una larga entrevista hace algunas semanas y se llevó una buena cantidad de fotos que se usaron en la bella edición especial de esta semana. Cuando ya se iba, vi la memoria de mi escuela secundaria, St. Mary’s High School, Dulces Memoriae, y se la di pensando que en ella podría encontrar algún aspecto de interés personal. ¡De verdad que esto fue desafortunado!

Un miembro de su personal me llamó algunos días después para decirme gentilmente que dentro de la memoria habían encontrado mi reporte del 11vo grado, y que la nota más baja que tenía el reporte era en religión.

Me costó un poco de trabajo, aún con mi imaginación irlandesa, hacer un comentario bueno sobre ese reporte, pero pude encontrar uno, y puede que tenga cierta relevancia al comenzar mi ministerio como su Arzobispo.

El conocimiento de la fe es tan importante, pero es lo que hacemos con ese conocimiento lo que es mucho más importante. De la misma manera, los dones y las habilidades que Dios nos da – ¿cómo las usamos? Y el centro de todo esto es el amor – ¿cómo lo expresamos sin egoísmos? Santa Teresita nuestra patrona del día de hoy, nos ofrece una oración que pudiera ser nuestra: “Mi Dios, mi deseo es amarte y hacer que otros te amen”.

Vengo a ustedes sin ser un genio, con talentos y habilidades limitados. Tampoco sé cuantos días de vida me quedan como el Pastor de ustedes. Pero les juro ante Dios y ante Su pueblo: Todo lo que soy y todo lo que tengo, se los entrego. Y hasta ese día cuando Él me llame a juicio, trataré de servirles con todo el corazón lleno del amor de Jesucristo.